2. 7. La enseñanza de Matisse. El color, el dibujo, y el espacio.





Arriba, Matisse en su mesa de dibujo. Abajo, un carboncillo
de Matisse lleno de rectificaciones. El artista solía dibujar
para, mediante sucesivas transformaciones, pensar la
composición de sus cuadros, y las formas decorativas
de los elementos. A veces partía de un dibujo de
observación, más o menos realista, y lo iba
cambiando poco a poco hasta transformarlo
en curvas y contracurvas, como las partes
de un mobiliario o de una arquitectura.



Lawrence Gowing, en un ensayo sobre el arte de Matisse, cuenta que, cierta vez, cuando todavía el artista era un mero aprendiz sin experiencia, puso en medio de la clase de pintura un cuadro que tenía mucho colo azul, y les dijo a su compañero de escuela: ¡mira cómo ilumina la habitación!



Lo cierto es que, tiempo después, Matisse emprendió un cometido artístico  que fue más o menos constante a lo largo de su vida. Matisse quería transformar el espacio de la arquitectura  mediante las formas y los colores decorativos. Matisse consideraba que la fotografía había sido una invención excepcional ante la cual la pintura decorativa no podía quedar indiferente. Si durante mucho tiempo la pintura se había considerado una especie de ventana a través de la cual se podía ver un escenario sumamente detallado, Matisse propuso que  la pintura, en lugar de buscar una cierta exactitud óptica, se integrase en el espacio de la arquitectura, como las sillas, las mesas, las alfombras y todo lo demás. Quería que su pintura fuera parte de la arquitectura, incluso que carecieran de marcos y se extendieran hasta los límites de las paredes. Anheló siempre hacer grandes murales, como los pintores del pasado, a los que apreciaba mucho. Pero sólo muy pocas veces pudo cumplir su deseo.





Para realizar alguna de sus pinturas murales, Matisse se ayudó
de una vara fina para dibujar desde el suelo. Esa vara, que hubiera sido
 tan difícil de manejar en los detalles, no le suponía apenas complicación
con sus formas simbólicas, reducidas a pocos trazos.




  

  





Resultado de ese deseo, su pintura tomó un curso bastante peculiar a su vejez. Matisse casi abandonó los pinceles y se dedicó a hacer murales a base de recortables. Sobre los papeles de colores dibujaba directamente con el corte de las tijeras, y sólo eventualmente hacía esbozos de las composiciones más grandes.




Sus collages buscaban una sensación agradable, y de ahí la sencillez meditada de su dibujo, que estaban pensados más bien para "reverberar en la memoria". Además, Matisse tenía una idea muy peculiar sobre la relación de la pintura y el interior de las iglesias bizantinas, pues pensaba que aquellas figuras simbólicas medievales, tan poco realistas, no habían sido hechas para ser miradas directamente, sino para transfigurar el espacio de la arquitectura mediante los colores y las formas rítmicas.




Tal vez se equivocara Matisse, pero desde luego era esa una magnífica reflexión sobre el arduo problema de la forma y la función en el dibujo. Existen muchas maneras de dibujar, porque cada manera cumple una función. Y la manera de dibujar de Matisse, tan aparentemente sencilla como la manera de dibujar de un niño, desde luego, no se debía a una falta de habilidad, sino a la función decorativa que pretendía. Los símbolos eran más fáciles de percibir y de recordar cuanto más sencillos, porque apenas mostraban unos pocos rasgos de los objetos representados.




El tamaño y la intensidad del color era lo más relevante de aquellas figuras. Sus collages, pues, en cierto modo iluminaban las habitaciones, porque eran grandes planos de papel que reflejaban parte de su color sobre las demás cosas. Además, al ocupar paredes enteras, sus composiciones podían ser percibidas por el rabillo del ojo, se hacían presentes sin reclamar demasiada atención. No en vano Ángel González, un historiador del arte que escribió bellas páginas sobre Matisse, que algunas pinturas de Matisse miden metros y metros, y por eso "cuesta tiempo dejarlas atrás", cuando paseamos delante de las mismas.




Al tiempo que sus recortables, Matisse también diseñó vidrieras, una vieja técnica del arte occidental que le permitió aunar el dibujo y la arquitectura de una manera todavía más evidente. La vidriera, al tamizar los colores de la luz, permitía transformar los espacios interiores con sus colores, variables según la intensidad del sol y la hora del día. Las figuras vegetales y orgánicas que Matisse solía emplear en sus vidrieras, combinadas con estructuras regulares, habían sido ensayadas primero en sus collages.

Por último, me gustaría enseñaros sus dibujos lineales. Matisse quiso resolver con sus collages un viejo problema pictórico, la separación del dibujo y la pintura. Cierto es que sus dibujos, por la sencillez material y formal se diferencian de sus pinturas. Pero aun así, él consideraba, y así los empleaba en su propio taller de trabajo, que los dibujos podían tener una gran función decorativa. El inmenso blanco del papel, como los planos de colores de sus collages, producían lugares ópticos en la arquitectura dignos de ser ensayados. Sus dibujos lineales, con una línea sinuosa y delgada, conservan intacta la luminosidad de la hoja en blanco. Este sería un ejemplo más de línea de contorno, pero uno que contradice lo que dijimos en otras clases. Pues a diferencia que la línea de contorno óptica de Ingres, y la de los dibujantes naturalistas, cuya función era más bien descriptiva, el contorno encontrado por Matisse es intuitivo, alterado y simplificado. Y, por cierto, según decía el propio Matisse, dibujar puede ser un entrenamiento para la concentración. Así decía que, como los ejercicios de calentamiento que hacen las gimnastas antes de empezar, todas las mañanas solía dibujar algunos minutos, antes de empezar a pintar. 


















* Enlace al catálogo de exposición sobre los collages: Henri Matisse, The Cout-Outs, MoMA, New York, 2014.
* Enlace al catálogo de exposición sobre los dibujos: Henri Matisse. Drawings, MoMA, New York, 1985.



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